Selfies

Quien esté libre de complejos que lance la primera selfie.

Sin filtros.

Sin alta iluminación ni bajos contrastes. Tal cual, sin editar. Difícil, ¿no? Tan difícil como describirse a uno mismo, a conciencia, con las virtudes y los defectos incluidos. Con lo bueno y con lo peor. Tal cual… El ejercicio humano más complicado es el de vernos al espejo sin formarnos otra idea distinta de la que somos. Sin ilusiones, espejismos o prejuicios, sin forzar nuestra percepción hacia algo que no existe o no es como esperamos que sea. Tan parecido a nuestras selfies.

Un ojo torcido, la nariz más ancha, la papada que no coopera y nuestras pupilas tan desorientadas descansando sobre unas desastrosas ojeras. La realidad… o la apertura del lente que no nos favorece. ¿Nos gustamos? ¿Nos identificamos? Cada uno sabe qué responder.

Somos el acumulado de bellezas con filtros y retoques.

De pintor retratista a retocador digital, la humanidad siempre ha tratado de alterar la realidad… Requiere de mucho valor mostrarse al mundo tal cual se es, tomando al miedo por la nuca, lanzándole fuera de nuestra vista, pero fallar. Lo hemos padecido todos, desde Napoleón hasta la niña más popular de Instagram. Cuando logramos maquillar la existencia, se convierte en nuestro vicio favorito. ¿Estamos ebrios de egocentrismo o necesitados de aprecio instantáneo?

Hacer y compartir una autofoto parece tener una finalidad más trascendental que sólo retratar y mostrarnos. Nos interesa lo que piensan los demás para aumentar la seguridad en nosotros mismos… Lo ideal sería que lo hiciéramos para convencernos de que ya somos perfectos, tal cual. Al buscar la aceptación de terceros, les concedemos el poder de construirnos o de derrumbarnos, con un «me gusta» o ningún comentario. Y por eso pensamos ciento cincuenta y cuatro veces antes de publicar nuestro tan preciado autorretrato… Porque así es como nos movemos por las ciénagas de este mundo: esperando la aprobación de los demás, para otorgarnos tan siquiera un poco de valor y sentirnos mejor. Un autorretrato, lejos de mostrar con valentía quiénes somos en realidad, es un monstruo que devora la belleza del alma, atrapándola entre pixeles diminutos, triturando nuestra seguridad entre expectativas y comparaciones… ¡Razón tienen los mayas de no permitir que se les capture en una fotografía!

Cuando alguien nos pide describirnos a nosotros mismos, caemos en la trampa de señalar que tenemos ojos cafés un poco grandes, nariz larga, pelo lacio, corto, largo, rubio, negro, rojo, castaño… y somos más que nuestro envase. Somos más que una sonrisa fingida, una mirada triste o unos ojos que brillan más que los de una mujer embarazada. Nos comportamos como si nuestra dignidad de ser humano dependiera de la cantidad de corazones o pulgares levantados que recibimos, cuando es lo que menos debería importarnos. ¿Me gusto yo? ¿Me acepto yo? Respóndete con sinceridad.

Lo mismo sucede con la escritura.

Por observación, puedo decir que son pocos los escritores que publican fotos de ellos mismos, porque para ellos, escribir es su selfie. Supongo quizás, o sencillamente no les gusta que los vean… Como a mí.. que me parece más importante lo que leemos a lo que vemos, porque leer transforma y la vista engaña. Por eso escribo, porque escribir también es mi selfie. En cada letra desprendo algo de mí, que al igual que la foto, además de capturar pedacitos de mi alma, tiene el poder de destruirme o de edificarme. Cada uno decide qué espejo usar para mostrarse al mundo.

Ustedes con sus fotos, yo con mis letras.

Lo fundamental de una selfie, es que antes de publicarla se necesita estar bien seguro de que, lo que va dentro, es lo único que importa. Vernos tal cual. Apreciarnos tal cual. No esperar nada de nadie. Porque lo que debe bastarnos es querernos como somos, tal cual, a nuestra manera… y si no, hacer algo para cambiarlo.

¡Quien esté lleno de amor propio que comparta las selfies que quiera!

Escrito para http://www.dekrakensysirenas.com.

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