Taza vacía

La taza vacía, la equis en la frente. El silencio en la cama, y las ganas de llorar desperdigadas por el jardín que ya está muerto. Lo único que repica son las teclas tiesas del ordenador y de vez en cuando el sórdido retumbo de un camión que corre más aprisa que el tiempo. ¿Dentro de mí? Nada. Bueno, de todo. Imágenes de los días previos revolotean incansables de un lado a otro, flotando en lo más alto de la memoria como queriéndose desvanecer. Sentimientos prefieren esconderse en lo más oscuro detrás del esternón, porque si salen provocarían una hecatombe. La desgracia descomunal. Lo saben. No salen más que por un poco de desahogo hacia el teclado que los observa tímido desde abajo. ¿Qué decimos?, se preguntan. Todo, nada, poco, lo necesario, ¡lo que te duele!, ¡explota!, ¡llora!, ¡reclama!, ¡grita!, ¡desfallece!, muere. No digamos nada, se responden el uno al otro. Presiona la equis y con eso lo sacas todo, dice el afecto golpeado. Afila los dientes y lo expulsas todo, silba el ánimo anulado. Calla y vete a dormir, sentencia el amor herido. La taza vacía, la equis en la frente. El silencio en el alma y el llanto a punto de salir a escena. Un camión, dos, tres. Una gata que duerme plácidamente en la almohada, ajena a todo lo que ocurre en otro interior. Ni se inmuta. También ve la equis en la frente. Quizás se nace con ella, por eso todos la ven. No ser nada para quien lo es todo es la forma más sumisa y brutal de morir con lentitud. Emociones se agolpan en toda la piel, paredes sublimes que las contienen. Una lágrima busca su camino. No le dan permiso de salir. Inerte observa las letras que aparecen una a una y sin entender. Náuseas se arremolinan en la negrura hasta alcanzar un corazón que ya no quiere rumiar. Vacío. Roto. Anulación. Condensación de un dolor inválido que sólo atraerá lo peor. El cuerpo lleno de vacío, mil equis en la piel. Nadie. Nada. Adorno invisible. No es lo mismo sentirse nada que serlo. Hoy lo soy.

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